Carta olvidada en la escuela de Lutería
Van de la mano, una cosa y la otra, y en el preciso momento en que todos se alborotaban por uno de los fuelles rotos del acordeón, yo te miraba indiscretamente. No me alcanzaba sólo Ingrid, así que me las ingenié para saber cómo te llamabas en la niñez, qué nombre adoptabas cuando eras la actriz de moda o de qué manera cedías al silencio sordo del tiempo que era interrumpido por un diminutivo secreto. Desde entonces, todo era impalpable, ráfagas de luces y sombras que irritaban mis danzas insipientes a tu alrededor. Todo era breve, terribles momentos de sed indescriptible. Afuera del aula, las risas iban perdiendo su tenacidad, y se convertían en ruido de mar o en palabras de amor y de olvido, también de nada. Yo soñaba con besos irremediables, y tampoco me alcanzaba; por eso te miraba, te calculaba como se calcula el pestillo y la cuerda de una recta tangente. Poco después, sentados antes de entrar a esa clase insoportable de corcheas y semicorcheas, vislumbré nuestras mañanas y nuest...