Aprendiendo a decir nunca se dice


Presiento. Que una lúgubre gota amarillenta va a sacudir estas calles. No es para nada despreciable, y como dicen los que saben: es mejor, siempre es mejor. Un algarrobo, a continuación el imperio de Kant. Algún robo o posición de decúbito preparada para no golpearse las costillitas escurridizas de niña polimorfa. La fuerza de un hombre es proporcional al paisaje de la poesía innecesaria de la falta de contacto. Alguien me espera, y no es que quiera abrevar, mejor dicho, abreviar la incontinencia de la falta de contacto. Que una lúgubre gota amarillenta va a sacudir estas calles, no es para nada despreciable, mucho menos si se trata de un robo de algo del imperio reluciente de Kant. Porque muchachita, si, si, a usted me dirijo ¿por qué no mira el espejo, suyo, y no el de otro? Se lo digo así: deje de mirar el espejo de los demás y mírese usted que ya hay demasiada poesía, incluso aburrida. Si no me cree, vaya uno a saber, la gota lúgubre se lo va a reprochar, ni qué hablar del imperalisto. Usted, si, si, usted misma es insoportable cuando me pinta de ese modo ¿en algún momento, usted tuvo oportunidad de todo lo contrario, pero me pregunto si quería estar en esa cama?

Cama despeinada, labios suavizados y empalizados, recursos. Libros, y más libros entapiando la rusticidad de la falta de contacto. Su vuelo es leve, su contacto es leve ¿se lo dijeron alguna vez? Alguna vez, alguien se lo diría de esta manera. Aburre. La cama inoxidable en la que me montó, también aburre ¿y a su cama, cuándo piensa invitar?

Veo que las fieras y los celos son su reinado en expansión: niña juguetona, deje de tocarse si no convida. Entre, salga con vida pero a mi no me llore, el triciclo sólo lo manejo yo.

Se ha ganado un rival temible. Apunte, tire, tiré tiros, bang, bang y no atiné, el blanco se hizo mucho menos al centro y fue a parar. Insisto, si tenemos que hablar de tregua, va a tener que invitar a su cama, de lo contrario va a continuar cansada y sedienta.

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