Trabajo práctico
Ninguno se atrevió a decir de cuál de los Karamasov se trataba. Lo suponemos. La suposición: la nuestra; era alarmante. Anticipado siempre con su típico campanazo, llegaba el muy piyo. Su posición : la de siempre, por favor, la silla roja de la derecha. Hecha siempre como en todo lupanar, de paja, de mucha paja, y de algo que aún nos cuesta dilucidar. Pero el tipo, suponemos febrilmente, el tipo con sus ademanes adulterados por el alcohol y la cal con que hizo mezcla para revoque; no dejaba nunca de agradecerle. El piyo, a esa altura del partido le chupaba la concha a la Laurita, previo gatillado de los $120 mangos previstos en los incisos pertinentes. Eso le reportaban unos minutos adicionales con su diva rota. Importaba poco si la concha de la Laurita bien podía... En fin, el piyo le hablaba de amor, de fugarse vaya a saber de qué fantasma con la boca llena de estertores que emigraban de esa concha excepcional. La Laurita, bien entendida en estos asuntos del corazón hinchado, le pro...