Un volcán
El sol tintineaba en el aire. El sol babeaba en el cerebro de todos con sus tentáculos afilados. El sol era una piedra. El sol era miles de piedras en su volcánica piel canela. Y todo no terminó tan mal. No, no tan mal. Notan mal. En rigor, iban floreciendo las intenciones a medida que el sol con sus inten-tacúlos provocaba una imagen en todos. Ella cruzó la avenida atravesando anillos concéntricos repletos de labia almibarada. Ella vulcanizó su piel viviente y llamativa pronta, prontísima a la mía. Canela, ella con sus corpúsculos y grumos de lava hirvientes empalizando el pedestal llamado cuello. El sol era un volcán esa mañana, no tan mal, libre de todo sufrimiento. Un mar ruidoso, de irreprimible lozanía erupcionaba de esa piel canela. La respiración de la luz que imita el aire crujiente del sol. Yo vi, yo escuché el sonido del sol estallando en los poros de la piel. El mar mediterráneo rompecabezas de sus labios hedía, sí, hedía a saliva a lava a manía y a rechazo. Mi cuerpo ya ha...