Tito "pantorrilla" Flores y los libros de los traductores

Julio Alberto Flores mejor conocido por pantorrilla o Tito, según la estación del año-sus amigos acostumbrados a verlo llegar, con su sonrisa inmóvil, casi cínica y sudorosa, a los domingos de bochas descubriendo sus gigantescos gemelos bajo sus famosos pantaloncitos cortos tipo inglés, no dudaron en motearlo acorde a la ocasión-conoció en la fiesta de carnaval de Febrero del 46´ a Graciela Estela Mamani de Peres. El romance, furtivo y escandaloso duró escasos tres meses con sus respectivas e incesantes idas y vueltas propias de las indecisiones de un amor sin futuro. Los enterados, con los pulmones vacíos esperaban un desenlace fatal cuando don Peres, respetable comerciante textil de Tucumán, hijo directo y dilecto de un israelita millonario que prestaba su jubilación a la causa de un primo suyo-que acabaría en el gobierno y como primera medida masacraría a miles de palestinos-recibió la noticia. Tito Flores, pantorrilla para los amigos más cercanos, se armó de valor y de maletas y con ayuda de los enterados, quienes intentaban recuperar la respiración, interrumpió sus investigaciones científicas(como les llamaba él) para desembarcar en un pequeño pueblito de pescadores en el sur del Brasil. Doña Graciela Estela Mamani de Peres, bibliotecaria-conserje-profesora de folklore-directora de ceremoniales del museo Iramain después de meses de ignorar el paradero de su romeo recibió un paquete misterioso. Misterioso y todo el paquete jamás fue abierto, se desconocen los motivos por los que doña Graciela se negó a hacerlo. En Febrero de 2005, con ayuda de los estudiantes de museología y de los estudiantes de la facultad de artes, Graciela Peres(de ojos azules como su padre Tito pantorrilla)recuperó el abandonado museo al que su madre le dedicó toda su vida. Como advertirán los que hasta aquí llegaron, la historia va a sufrir un giro esperado porque el paquete que ahora está en manos de Graciela(h)será abierto. Lo esperado del giro es que dentro se puede encontrar unos cuadernos con anotaciones confusas y unos diarios íntimos que de alguna manera, si uno les dedicaba un poco de atención, organizaban las confusiones haciéndolas perfectamente razonables. De los diarios Graciela(hija)descubre que los ojos azules que intentó adjudicárselos a una herencia de otro continente se correspondían a los de un Tal Alberto Flores hijo de Carlos Argentino Flores y de Ana Sime. De la educación de este señor, Graciela(hija de pantorrilla) se remonta hasta la reforma universitaria del 18´ en la provincia de Córdoba donde estudió derecho y algo de filosofía. El árbol genealógico, magistralmente delineado llegaba hasta la tercera generación anterior al narrador. Por el lado paterno, los Flores oriundos del sur de Madrid, llegaron a la Argentina sin tradición y sin dinero; del lado materno, el apellido Sime tiene mayor importancia por su ambigüedad. El narrador, con vagos recuerdos intenta ilustrar su infancia con un payo de ojos azules y lengua mota-en este tramo el narrador suspende el avance para agregar que por un tiempo pensaba que su abuelo, el payo, tenía problemas de habla, lo que lo llenaba de vergüenza cosa que se solucionó al descubrir que en Rusia se habla ruso. Luego de esas vaguedades, el narrador pantorrilla intenta explicar la profunda influencia del payo sobre su interés por el conocimiento científico y describe un manuscrito que nunca llegó a la imprenta de la visión de su abuelo sobre el lenguaje. También cuenta que la primera lectura que hizo del manuscrito lo llevó a pensar que se trataba de una novela de ciencia ficción como las que se publicaban regularmente en la revista Sur a la que estaba suscripto, pero no, el payo hablaba en serio, quería reducir al lenguaje lo más posible para hacer que la gente común pensara lo menos posible. Tito Flores, maquinó sus contradicciones y la viabilidad de la locura de su abuelo, viejo reaccionario se dijo y continuó con la narración. Graciela(hache)estaba hipnotizada menos por lo inverosímil del asunto que por hallar entre esos papeles un retazo de su propia historia. Progresó hasta uno de los diarios que se titulaba”De los traductores”. El diario estaba dividido en cuatro partes las cuales se unificaban con una quinta que imponía una pregunta, según Tito pantorrilla, contundente: ¿se puede traducir? La verdad es que lo confuso de las anotaciones se mantenía, incluso se advertían digresiones filosóficas que evitaban el rigor científico auto impuesto desde el comienzo. Para Tito, el trabajo estaba logrado, de hecho el arribo a tan comprometido interrogante(el: ¿se puede traducir?)abrigaba en si mismo toda la argumentación. Graciela, dubitativa hija a esta altura del cuento, bibliotecaria-conserje-profesora de folklore-directora de ceremoniales del museo como su madre no podía admitir tal falseo porque además de ser bibliotecaria-conserje-profesora de folklore-directora de ceremoniales del museo como su madre, también era traductora y conocía bien las “transparencias” del lenguaje común a todos los idiomas del mundo. Clausuró hasta la inauguración del museo cualquier intento por abrir de nuevo los papeles de su sospechado padre, se negó a pensar en ellos también. Pero como nosotros somos casi dueños(el casi es tan sospechoso como la sospechosa paternidad de Tito, lo ponemos en duda en si mismo)de lo que nos interesa saber de esta historia vamos a decir lo que Graciela(hache sospechosa de T.)se negaba a saber. La hipótesis principal de pantorrilla es que todos los libros traducidos a otras lenguas no era más que híbridos de los libros verdaderos. Esta controversial apuesta, Tito pantorrilla la justificaba con la afirmación-cara para tan solitaria aventura-plagiada de un joven JLB de la revista a la que estaba suscripto, que en un rapto de vehemente juventud señaló que jamás se podría comparar la lectura en el idioma original del Ulises de James Joyce ni con la más “fiel” de las traducciones; y añadía infinidad de párrafos de la obra para compararlos con las posibles variantes en el español hablado en el Rio de la Plata que nunca se ajustaban al sentido originario. Luego de desvariar rabiosamente sobre semiología* concluía con un “el idioma es una isla que solo la visitan sus propios habitantes”. Naturalmente nosotros, casi dueños de este cuento podemos razonar lo que el propio Tito Flores, (a) pantorrilla no pudo razonar, y es que el payo de ojos azules lo influenció mucho más de lo que él mismo admitió. Hasta podemos agregar que este relato, en realidad traducido por Graciela, hija de Tito, es una sarcástica versión argentina de “El estallido debajo de los libros” de un célebre cuentista húngaro de principios del siglo XIX.

* Una sección dedicada a la fundamentación matemática acerca de la proliferación de las publicaciones que se encargaba de explicar el porqué de tantos libros en el mundo, dejaba caer por su propio peso la siguiente afirmación: porque aumentan las traducciones. Otras sección estaba destinada a justificar el porqué no se hacen traducciones de traducciones, pero esta parte permanece inacabada hasta el día de hoy.

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