Este miedo
Este
miedo a no verte nunca más es el borrador del tiempo aquí. Es frecuente que me tropiece con algo que se
parece a una costumbre, jardín inmóvil que se pone a prueba cuando ese
tiempo vuelve a suceder.
El
deseo civilizado es ese Rey tirano que dispone sus herederos olvidando que la herencia en vida es el viento que evoca el arder del
fuego que lo va a calcinar.
El
miedo no tiene cuerpo ¿o es acaso esta espina que intenta sacar una espina es inteligencia medicinal?
El cuerpo
tiene miedo, acaso sea él mismo la espina, la inteligencia, la medicina. Yo
frecuento en vigilia ese acontecer de agua sin ser observada corriendo,
corriendo hacia la ceguera del mar inmenso.
Con
el mismo miedo de no verte nunca más me han cambiado de escuela. De los árboles
que abundan, sombras que brotan y vibran frescas como la pintura de las aulas aquí. La
maestra de introducción al mundo me tiene marcado por no dejar de ser el peor
de sus alumnos. Aquí se habla como si
no, y yo no soy la excepción porque ando por el mundo con el miedo de no verte
nunca más.
Y me
pusieron un apodo. Soy el niño de las dedicatorias. Entre cosas tales, una
interrupción de herida bífida. En esta escuela me siento inaudito jugando a que
sé de lo que se habla: ¿será ese mismo miedo de no verte nunca más que me hace
hablar y hablar como manantial artificial que todos ven con ojos de turistas?
A la
media tarde dobla una campana rompiendo el vidrio de la siesta. El silencio de las palomas abanicando sus
genes, el tanque de agua que gotea como siempre, y yo que me hundo en
un corredor buscándome a mí mismo jugar como si a la mañana no te hubiera
perdido y hoy-por hoy- ya no siento ese terrible miedo de no verte nunca más.
Mi
cabeza flota ligera en el aire, es un barrilete sin hilo. Va a regresar trayendo de
un túnel tus palabras que están fuera de moda.
Y todo va a estar bien.
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