Antojos de sol


Era un época de miseria. Que por otra parte no es otra que ésta misma: el sol se hace esperar; aunque todo acabe. Siniestro. Compositor de la espera en algún sitio siniestro (acaso alguien pensó que adolecía de la adolescencia clásica de la falta de aprobación). Puso sé, los antojos de sol y salió a la calle, que no es otra cosa que una interminable expansión de su lengua. Áspera y gris, se endurecía. La miseria a cada paso vestidita de posibilidades, de humanas circunstancias capaces de acabar en el bolsillo-siniestro-de nuestra época de miseria. Ésta. Por otra parte, no es, otra, que esta, misma. Efectivamente, el sol no surge como surge afilado entre las hojas de un bosque solitario, colmado de sombras húmedas.
Primera decepción: la humedad es sola como las mujeres; eventos humanos.
Áspera y gris, la lengua re-cruda rodaba por una de las calles: ansiaba ser extinguida, pero se oyó decir palabras semejantes a puertas vaivén, apoderándose de su concertación. Las puertas aleteaban sin dejar ver de la bocacalle de quién salían.
Segunda decepción: el sol continuaba sin salir, equivalente a pensar que jamás saldrá, es una época de miseria, esta misma, que por otro parte no es otra.
Y de los lánguidos pelos de un goterón, una ventisca, accidental-ningún dios, por más intrépido que fuere, habría sido capaz de prever tal fábula. Así que fue accidental, yo parado inmediatamente delante para atestiguar la puteada más bella que escuchaba en el día. Sentía que el goterón me había vencido, que un comentario tal o cuál, no haría otra cosa que traerme a la cabeza la miseria de esta época. Afuera estaba, sé, mucho mejor, sí, señor. En síntesis, intento contar (ovejas para dormir) el día en que conocí a Lucía, pero me distrajo el asunto de las adicciones. Por suerte, y por invalidez, el cambio promete, aunque todo siga igual, el cambio promete no hablar de Lucía que a esta altura del ovillo, quiero decir el asunto, nada tiene que aportar con sus ojitos de nena bien.
Historia para pendejos se oye de algún lector precavido. Con razón agrego yo, por eso, y por una acción involuntaria como respirar o producir insulina, Lucía desapareció velozmente como el día del goterón que se le escurrió por el pecho. La puteada fue una escaramuza para continuar subsumidos en las enmarañadas breñas de una época miserable e individual.
Tercera decepción: el tema Lucía se agotó después de la puteada.
Ya dije que contaba ovejas, y que me distrajo el asunto de las adicciones. Pero la época de inalterable miseria se sostiene marmórea. Si se me permitiera añadir algo, lo haría sigilosamente, similar a esa corriente eléctrica que emanaba de Lucía. Tenía los kilo watts necesarios para abastecer toda ésta época miserable, por ejemplo. Es todo lo que puedo decir antes de comenzar. La tontería seguirá inconclusa. Sería incapaz de distraerme en este momento: lo juro, Lucía se acordará de mi cuando huela el pasto recién cortado, y tropiece con la cancha imaginaria que trazamos para jugar luego del goterón. Mientras tanto, el asunto de las adicciones no es tema para rehusar, aunque Lucía luche a boca tendida. Pata ancha, y a medirse como hombre.
En rigor, considero lo útil que me sería acudir a los servicios de la tercera persona como para resguardar a la distancia las partes blandas, y no ser un blanco fácil. Conviene aclarar que el que estaba parado inmediatamente delante para atestiguar la puteada más bella que escuchaba en el día no es el narrador, sino, nuestro héroe que en esta página está a pocos pasitos de la tan mentada bocacalle de alguien.
He aquí un buen Hola -aunque un tanto desubicado pero las ganas de llegar a la bocacalle me lleva prescindir de los desvíos sugeridos por la primera persona (del narrador)- la Bienvenida adecuada para continuar tanto dolor.
Sí, a pesar de que todos miran a otro lado, el asunto de las adicciones es el mismo. Las perlas escurridizas-cual goterón mojando el pecho de Lucía-del tango cantando su canción.
Entonces, abriéndose paso a paso, galope a galope, nuestro héroe arribaba a la bocacalle de alguien, y sus puertas vaivén.
Cuarta decepción: las palabras que se dejaron oír en esa bocacalle no eran más que las de una retroexcavadora haciendo marcha atrás.
¡Pip! ¡Pip! ¡Pip! Vehículo retrocediendo.

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