Apuntes sobre "La paja, en el ojo ajeno..."

El culo cerrado como boca de gallo animaba la velada. Las casitas prefabricadas temblaban ante la profecía incongruente de Heraclítoris que comía con la boca abierta. Todo el mundo se escondía escondiendo en sus polimorfos ataúdes sus sonrisitas de soñadores de papás fritas. Heraclítoris convocaba a la cena nupcial al dedo mayor entre los demás, o a la trementina alevosa de una lengua extranjera. Las casitas prefabricadas se arreciaron desapareciendo de la galera paralelepípeda en que se abrigaban. Las casitas prefabricadas: premio a la trayectoria de la paja. Semiótica también, diosa pagana mitad antro mitad universidad, cabalgando a piernas sueltas pide que la atiendan como a Heraclítoris. Porque, ¿por qué, señora culta no me han de estremecer con algo parecido a lo suyo? Preguntó lícitamente con cara de pan rallado y caramelo de goma, Semiótica. En el ojo ajeno, el perro familiar, rojo perro tucumano se retorcía las tripas riendo al compás de su encomiable modo de hacerse llamar, incluso, llamarse a sí mismo, a través de un espejo partido al medio como una vagina adulterada.
-La dirección es lo que cuesta. Dijo el padre nuestro de cada noche.
-Un kilo y dos pancitos. Retrucó Carlitos Balá como una bala, totalmente confundido de relato.
-Pregúntenle a la sabia Heraclítoris, que bien sabe sobre los ríos que la atraviesan en noches como estas.
Osvaldo Lamborghini, animal defectuoso por donde se lo mire, aún a seis pies del punto de referencia desde donde hablábamos, resucitó entre los muertos. Media hora después, regresó con una oración secreta que solo yo pude contársela a todos: Ante la duda, cojan, cojan

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