Juan Pérez y los Pérez



I

Es un Juan Pérez y cruza los brazos, ¿y qué? Era una equis en la ecuación. Fulano tal cruzando los brazos a las doce y media. Hora del almuerzo-mejor dicho, la media hora del almuerzo. Fulano o Juan Pérez cruza los brazos a las doce y media esperando a los muchachos con los sanguches de milanesa. Hoy como ayer, éste Juan Pérez va a ser ejemplo de cómo se come con los brazos cruzados. A las doce y treinta y cinco, el Jefe va a ser quien testifique el espectáculo.
Juan Pérez piensa en el día de ayer, en el de antes de ayer y en todos los de la semana pasada. Lleva comiendo con los brazos cruzados semana y media. Juancito, me rebelás la tropa, dirá el Jefe, Juan responderá los Pérez quieren comer, y parece que esto viene de familia. Cree que se queda corto con la contestación mientras intenta quitar el papel de almacén al sanguche con su codo izquierdo. Debería haberle dicho qué es lo que viene de familia, desearía haber sido más específico pero el papel oponía resistencia así que pensó en aclarar el asunto en otro momento. Juan Pérez, un Mengano-que siempre se le acerca cambiándole de nombre por culiao-en señal de tregua pide un poco de cordura. Juan Pérez, Fulano, sin pensarlo demasiado se toma con el codo derecho sus testículos en señal de desaprobación. Para cuando Juan Pérez, Fulano, demostraba su increíble destreza para hacer cosas con los brazos cruzados, Juan Pérez, Sultano, abrevia la rencilla de los Pérez ofreciéndole a Juan Pérez, Fulano una pala para la demostración de cómo palear con los brazos cruzados a las doce y treinta y seis. Juan Pérez, Merengano silba a los demás Pérez: era el momento de aprender de Juan Pérez, Fulano. Sin pensarlo demasiado, todos los Pérez comenzaron a imitar a Juan Pérez, Fulano. Una menos cuarto y el Jefe comenzó a afligirse, los González, los Mamaní, incluso los Shefler dueños de la farmacia aplaudían a los Pérez que con picos, palas, reglas, cucharas y plomadas levantaban una hermosa pared con los brazos cruzados. Uno de los González, conocido en el barrio por su virtud con los números calculó la cantidad de Pérez necesarios para levantar la pared antes de la una. El número no cerraba. Hacían falta unos Gonzáles. Otro de los González sabía muy bien que entre los González la dignidad les había endurecido mucho los triceps y los bíceps como para cruzar los brazos y encima trabajar. Los González eran buenos para convencer. Dicho y hecho, los Gonzáles convencieron a los Shefler y a los Mamaní de cómo era eso de cruzar los brazos. A las doce y cincuenta y dos, la pared levantada era motivo de fiesta. Motivo también para descruzar por un momento los brazos para aplaudir. Del otro lado, el Jefe intentaba hacerse oír. A los Pérez ya no les importaba. Si no nos pagan, esta pared va a seguir creciendo, gritó Juan Pérez con voz de muchas voces. González, el bueno con los números les pidió a los Shefler, buenos en publicidad y en pócimas afrodisíacas, que convoquen a los Alonso y a los Packard que eran buenos planificando para ver qué se podía hacer con los tirantes y con las puertas que no se estaban utilizando. Juan Pérez, Mengano dice con voz de tenor con hambre:
-Señores, aquí el que no cruza los brazos, es alcahuete del Jefe.
Las cosas venían de familia, pero Juan Pérez, Fulano les iba a cantar la justa a todos para que sepan qué cosas eran de familia.


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